EL MIRADOR
En el ce el sohador visita un lugar alto.
Entre las montahas se a’bria el paso para una ‘sola caqetera asfaltada. Poco se ‘via a los lados ‘mas ce los gindos profundos ce ca’ian a tieqa o a mar. En ocasiones se apreziaban lomas pobladas de flora amarila, seca, floreziente3.
Pronto, le’go4 el sohador5 a una loma ‘destas, una espezial, cubierta esaustivamente de ‘arboles viejos, en cuyas topas se a’bian construido plataformas de madera, a manera de miradores. En unas cuantas ‘destas, se apreziaban algunas personas descansando, viendo el atardezer rojo.
Su destino no era el de los palos, sin embargo, sino ce ya’zia ‘mas a’la. Tras el pueblo de ‘arboles, se a’bia erijido una malia6, marcando el borde del teqeno dedicado a los miradores. Tras la malia, se’gia un potrero abierto, de zacate alto, en cuyo fondo se ‘via un bosce apretado de palos de foja7 negra.
Su curiosidad le empujaba al otro lado de la malia. Empe’zo a avanzar, pero detuve al ver una cara entre el pasto: un… puma? Un felino colorido, fexo8 de fojas rojas, verdes… Mejor dixo… un ave? Se qeve’lo el animal, mos’trandose como una bela bestia de colores.
‘Mas animales comenzaron a salir de todos lados: seres qaros ce pendulaban tre ma’mifero i ave. Uno ‘delos era del tamaho de un gato, te’nia cuatro patas, i se condu’zia de manera amistosa; te’nia un pico largo en forma de ganxo, i ojos mansos…